El piso que no fue

Tenía tantas ganas de dejar de buscar piso que decidí que me quedaba con uno antes de verlo. La suerte fue que al día siguiente me siguiera gustando.

Las tribulaciones de un buscador de piso en idioma ajeno (y lejano), que habla con acento español y que va a estar alquilando un piso sólo tres meses las obvio. Unas sesenta llamadas realizadas, dos pisos vistos. Me quedé con el segundo. Pero el primero merece unas palabras.

Estaba en pleno Downtown-Downtown (centro-centro), en el piso 17 de un rascacielos con portero de color (negro) y uniforme gris, en cuyo bajo había un gimnasio. Esperé un rato en el portal a que viniera el que podría haber sido mi casero y compañero de piso. Nunca en mi vida he visto a tanta gente menos necesitada de ir a un gimnasio que la que entraba en aquel con la mirada cómplice del portero.
Llegó mi no compañero-casero. Era un chaval con acné y tupé que me dijo que era profesor de baile. Yo, a su lado, parecía alto, tupé incluido. Ofrecía tres habitáculos en lo que en realidad era un apartamento bonito de una sola habitación. El primero de estos espacios, llamado aquí “den”, era un amplio armario sin nada más que un futón en el suelo. Huelga decir que sin ventanas. Y allí se cabía tendido sólo en posición fetal. El segundo que ofrecía, era una terraza acristalada cuyo 90% estaba ocupado por una cama de 90 cms. Huelga decir que sin armario. Eso sí, francamente luminoso y hasta con su gracia. Luego me han dicho que a esto le llaman “solarium”. El tercero, el que el arquitecto debió pensar como la habitación de ese lugar, mantenía unas proporciones decentes, pero su ventilación natural, la terraza, se la habían cargado creando el “solarium”. Vamos, que el olor a tienda de campaña se mascaba por más abiertas que estuvieran todas las ventanas. 600, 725 y 1000 dólares pedían, respectivamente, por estas tres joyas del eufemismo y la deconstrucción arquitectónica.
Pero lo más inquietante llegó tras una pregunta. Por no irme de allí sin al menos mostrar algo de interés (y no tirar una bomba de humo), pregunté por el baño. Entonces, el bailarín casero-compañero que nunca fue, con cara de "por ser tú voy a sincerarme" me dijo que la casa era para cuatro. Al ver mi cara de ábaco roto, aclaró: hay un cuarto dormitorio con el que se comparte baño. A día de hoy me arrepiento de no haberle preguntado si este otro cuarto lo habían sacado del espacio que ocupaba antes una bañera y, lo más inquietante, cómo se llegaba a él. No paro de imaginarme querer salir de ese cuarto y tener que esperar a que alguien tire de la cadena. Juraría que sigue habiendo habitaciones libres. 1605 Grandville. Y no, no es el de la foto.

Españoles en Vancouver

Los programas tipo "Españoles por el mundo" terminan por confundir. Por un lado, hablan más del sitio que de las personas. Sí, salen sus casas y plantan fabes en sus macetas, pero rápidamente se pasa al monumento emblemático, a la comida típica y a las fiestas de San Genaro. Por otro, aunque relacionado con lo anterior, por la imagen que dan del hecho de "irse de España". Vale, el programa no pretende hacer estadísticas de cómo están los españoles en tal o cual ciudad, pero es inevitable crear el todo de pequeñas partes. Y si en el programa solo sale la gente que quiere salir, puede resultar fácil pensar que estos representan a los que no quieren salir o se volvieron. A mí no me enerva, pero una amiga que vivió dos años en Washington sí que me contaba cabreada lo que le molestaba la banalización del hecho de irse de España. Esa imagen de que emigrar es algo sencillo: Por obvio que parezca, mucha gente no es consciente. Engañan a la gente. E irse fuera cuesta mucho. Es duro. Y yo añado: Sobre todo lo de estar solo.

Conocida la ciudad, he conocido a españoles. Nos reconocemos cual vampiros. Y no hablamos de los parques o la abundancia de comida japonesa. Y pronto te das cuenta de cómo lo llevan. Esto está lleno de gente que se ha venido con sus ahorros y sus cojones y que, sobre todo al principio, lo pasan medio regular. Conocí a dos recién llegados de golpe que eran la cara y la cruz. Pero la moneda temblaba de miedo. Uno lo había dejado todo en Cáceres y se había apuntado a un intensivo de ingles de 6 meses (no hablaba una palabra), tiempo en el que esperaba encontrar trabajo de lo suyo, electricista. Era de esas personas transparentes que además te caen bien al segundo. Y era verle la cara y notar que si no lloraba por las noches, era por no dar ruido. El otro estaba igual, pero lo tapaba con bravuconadas. Aprendería inglés "por ahí". Y con tono cómplice me recomendó un comedor social en el que comer por 2 dolares (con toda la chusma, pero postre y tó, primo) y el lugar en el que acababa de comprar una bici recién robada por 30. Perlas que da España, señores.
No tenían nada que ver el uno con el otro, pero el miedo y el idioma (el que entendían y el que no) les unían.

Pero no quiero caer en lo que critico. La tercera y última española con la que he hablado más de diez minutos es otra chica catalana que sin saber ingles se vino aquí a trabajar a una narcosala. Lleva dos años aquí y ya simplemente quiere volverse. Ya se lo que es, me demostré que podía y... Vancouver es un coñazo, dice. Y he conseguido lo más difícil, entender a los pacientes.

Vancuveritas: dúos

Pareja disfrutando de trozo de tarta en degustación de repostería callejera
Adolescentes en primera tarde de sol en dos semanas.
Jóvenes adultos sin nada más que contarse en sexta tarde de sol consecutiva
Mujer escondiendo que fuma en un parque


Tesoreras de la fiesta "Strawberry and tea" (Bowen Island, 23 de junio)

La casa esperada

Tras ver el primer piso, una tal Lori me dijo que me enseñaba el que alquilaba. De puro contento, llegué al barrio dos horas antes de la cita.

Quizá sea raro, pero no me había hecho ninguna idea de cómo sería Vancouver. Vale, había visto la foto esa desde la distancia en la que salen los edificios iluminados, pero eso habla de una ciudad lo que una radiografía de una persona. Y entonces me pasó la primera cosa alegre que recuerdo de este viaje: Creo que le pasa a todo el mundo. Nos presentan a alguien de quien hemos oído hablar y tras verle decimos: no me lo esperaba así. Aún más, en mi caso, es frecuente que si me preguntan qué esperaba (pues), tenga el cuajo de decir no lo sé, pero así no. Pues con mi barrio me pasó justo lo opuesto. Nada esperaba de aquí, pero cuando vi las calles que precedían a la mía y la mía propia, me dije: así esperaba yo Vancouver.

Veinte minutos antes de la hora de la cita con la que es mi casera, estaba yo sentado en el banco que hay enfrente a mi portal (ver foto) diciéndome: poco te tiene que gustar para que no te lo quedes (insisto, ver foto). 10 minutos después un vancuverita salió del portal. Me sobrepasó para segundos después girarse y reevaluarme. Yo hice lo propio: era un pelín más bajo que yo, un mundo más musculoso. Rubio, ojos azules. Camisa y bermudas de cuadros, no iguales, afortunadamente, y pelo a lo Tintín. Ese tipo de persona que uno imagina bebiendo leche ruidosamente cada media hora y jugando al hockey sobre hielo todas las tardes. Como diría mi abuela en su dicotómica definición de las parejas de sus nietos: muy limpio. Y como me dije yo: tal y como me esperaba yo a un compañero de piso canadiense. Y, en efecto, me preguntó si era yo el que iba a ver el piso en el que vivía. Le pregunté si estaba bien. No necesitaba oír su respuesta. La capacidad de autosugestión que yo tenía no hubiera asimilado respuestas negativas. Hasta tal punto, que me despedí de él diciéndole luego nos vemos. Porque a esas alturas yo ya sabía que la casa me la quedaría porque iba a se tal y como (no) me la había imaginado.

Vancouver a carboncillo

Hace un par de décadas, Vancouver decidió ser otra ciudad. Quiso poner freno al progresivo deterioro y abandono del centro de su ciudad, a la vez que amortiguar el crecimiento desaforado de su periferia. Así que construyó torres de apartamentos de entre 10 y 30 pisos salpicadas por el centro.
La diferencia de esta idea respecto a muchas otras bien concebidas pero mal ejecutadas, es que se hizo con criterio y realismo. Se trataba de atraer al centro a la gente. Mucha de ella canadiense. Lugar en el que lo de tener vecinos arriba y abajo no se lleva en los genes. Había que competir con las fenomenales casas individuales con jardín, barbacoa y canasta de baloncesto que pueblan los otros barrios. Así que estas torres se hicieron con mucho aparcamiento, gusto estético, alturas parejas, grandes ventanas, gimnasios en la segunda planta, bajos comerciales, zonas verdes circundantes y leyes que impiden su excesivo apelotonamiento. Y no es nada extraño que tengan piscinas cubiertas y terrazas que suelen mirar al mar: El centro de Vancouver es relativamente pequeño y es una península.
Este modelo urbanístico se llama Vancuverismo. Lo que no tengo claro es si este término es internacional o de exclusivo consumo interno.

El Vancuverismo creo que habla mucho de esta ciudad, hasta de las zonas a las que no ha alcanzado. Es un lugar en la que las cosas siempre están dónde deben y funcionan de la manera correcta. Y es así porque se ha pensado en ello antes y porque los ciudadanos constantemente responden a lo previsto. Si la primera torre del centro no se hubiera llenado de gente se hablaría del Vancuverismo como de la Ciudad Lineal de Madrid. Uno más de los futuros que no fueron.
Aquí los centros culturales, los embarcaderos, las pistas de Hockey, las bibliotecas públicas, los parques los días de sol o cualquier Festival (el que sea, de lo que sea, el fin de semana y el barrio que sean) siempre están llenos pero jamás apelmazados. Como si el ratio oferta demanda fuera no el correcto, sino el óptimo. Como si en vez de vancuveritas fueran ladrones de ultracuerpos que no señalaran a nadie. Como si la quimera de la ciudad a imagen de sus ciudadanos (o viceversa) fuera posible: Como si a Vancouver la entrenara Guardiola.

Lo malo de todo esto es lo que tiene todo lo que es perfecto. Que tú (ser imperfecto que cruza en rojo y se bloquea con una lata en la mano ante seis cubos de reciclaje diferentes) no acabas de sentirte bien en ese engranaje que te supera pero que jamás alardea de ello. Y que te ayuda con una sonrisa sin que lo pidas. Yo ya me he relajado. Ya me va bien estando muy por debajo de la ciudad que me acoge. Esa es mi suerte.
Y si me ofusco, siempre me queda pensar en su lluvia. La del invierno, digo.

Plainspotting

Está mirar el fuego, tocar el barro, oír el viento en las ramas y...
(lo habéis adivinado:) ver aterrizar y despegar toda la tarde hidroaviones en la bahía.

Ya, vale, pero mejor que grabar bolsas de plástico pululando por el aire es.




  Y esta última de cuando por aquí llovía y decían: "Canadá no es verde por casualidad".

  La gasolinera de hidroaviones se ve al fondo. Este sitio está en todo el centro.

Momentos estelares en el supermercado

No me gusta ir al supermercado. Los de aquí me hacen más gracia. No se diferencian mucho de los yankis o mexicanos: Raciones XXL, carne que parece para leones, convivencia de lo de apariencia sanísima con lo que sabes que da (pronto) cáncer e hipertrofia del precocinado a la cabeza.
Pero, ya sabe lo de "Yo soy yo y mi Supermercado". Así que yo quería hablar de dos momentos muy de mí y mi supermercado:

1. El momento I+D+I Leche. Me remonto a cuando vivía en un piso de estudiantes. Cada compra en el supermercado tenía un momento bautizado I+D+I. Se compraba algo desconocido simplemente para innovar y desarrollar nuestra (calamitosa, en especial la mía) alimentación. Para hacer el tonto, eso es. Gracias a ello descubrimos que la Rebocina reboza fatal o que las Albóndigas Día no las merecían ni las ratas. Pues aquí me ha dado a mí el I+D+I lácteo. Hay tantísimos tipos de leche, que no he podido remediar comprar un tipo cada vez. Y en algo más de un mes ya tengo mi leche rebocina y mis Albóndigas Día: La Butter milk y la Skim milk.
La Butter milk además de extremadamente densa es agria (luego me han dicho que se usa para hacer galletas). Ni el desague se la tragaba. La Silk milk va por otro lado. Es leche tan desposeída de todo lo que da sentido a esa palabra, que sabe al tetra brick que la contiene, lo juro. Es como si hicieran leche desnatada, partiendo de la ya desnatada. Agua blanca, vaya. La pintura blanca Skim podría saber a lo mismo.

2. La sonrisa de un niño vancuverita en cada compra. Ya estoy en la cola para pagar. La parafernalia de todos lados. Cinta que se mueve y cajera eficiente. Pasados los productos, si hay poca gente, la cajera de turno (todas son mujeres) me mira, me sonríe y comienza una especie de farsa con la cajera de al lado:

- Jenny, mira, este hombre tiene cara de buena persona. Seguro que no le importa ayudar a un niño [vancuverita] con un par de dólares

Y la Jenny de turno, rutinariamente, sin defender demasiado el personaje, contesta:

- Sí, Jessy, tiene toda la cara.

Y Jessy me mira sonriente e inquisitiva.

Después de dar el dinero y de la ruidosa celebración que ello conlleva, me dan una cuartilla en blanco que tiene una sonrisa roja pintada en el centro. Para que debajo ponga mi nombre. La hoja luego la ponen en la pared. Si a alguien le hace ilusión que ponga su nombre en la próxima cuartilla sonriente que lo diga.

La barbacoa o El traje del emperador canadiense

Casa de la Barbacoa. Se nos trató mejor que a emperadores desnudos, conste. 
¿Qué haces en una barbacoa en la que empieza a llover y los anfitriones no dicen nada? ¿Simplemente te mojas mientras pides que te acerquen un poco de pan, o comentas, como si no fuera evidente, que lo mismo estaría bien meterse dentro?

El cuento del traje del emperador siempre me gustó. Un sastre hace creer al rey que vende una tela que en realidad no existe. Pero lo hace diciendo que solo los tontos no la ven. Y el rey, tonto, dice que claro que la ve. Acaba desnudo en la calle y es un crío el que grita a la multitud que no hay tela, que el emperador está desnudo.

Aquí tendría un sentido diferente. El emperador no hubiera dudado un segundo de la inexistencia de la tela. Pero aún así hubiera salido en bolas a la calle. Por dos motivos: 
Uno: evitar decirle al sastre que dejara de tomarle el pelo. Sabe que la tela no existe, pero así, desnudo, evita la confrontación. 
Dos: porque sabría que sus conciudadanos canadienses simplemente entenderían exactamente lo que había hecho y harían como si aquello no estuviera ocurriendo. Es decir, los canadienses entenderían que es normal evitar el conflicto. Y si para ello hay que desnudarse, se desnuda uno. Luego en casa criticarían (al sastre), pero en la calle todos fingirían que el rey no estaba desnudo hasta hacer que el propio sastre comenzara a dudar de ello. ¿Seré yo el tonto?, se preguntaría el sastre canadiense por no ver su no tela.
Y si un niño lo hubiera gritado (¡El emperador está desnudo!):
Luego dejó de llover. 
a) No sería canadiense el chaval y
b) no le hubieran hecho caso alguno.

Así que sí, si aquí lo que sea va mal, simplemente se finge que no es así. Y terminas por creer lo fingido. Yo aún no. Pero estoy seguro que si lo entreno, terminaré por conseguirlo. Seré parte de la segunda razón del emperador canadiense para salir desnudo a la calle.

Para la primera me temo que hay que nacer aquí.

Mi casa, casera y demás


Acababa de estar con mi futuro compañero de piso, un tipo fornido, y nada hacía presagiar que mi casera, en una hipotética pelea, hubiera podido con él. Pero así era, y de largo. Apareció tras una esquina como quién despierta de una pesadilla. Con furia. Venía hacia mí a toda leche. Si no llega a sonreírme, salgo de allí corriendo. Qué espalda, madre mía. Nunca he visto algo así fuera de una revista. Y no estoy exagerando, tengo fotos.
Tan impresionado estaba con ella, que poco caso hice a la casa. Total, me la iba a quedar. Mientras íbamos por el pasillo-vestíbulo, no caí en lo que este se parecía al de “El resplandor” de puro estar pendiente de sus gemelos. Ella me explicaba que era una casa de las que en Vancouver se llaman older (suelo de madera, ventanas de guillotina y tal) y yo (que me iba a quedar la casa, se llamara como se llamara) caí en que su apellido (muy infrecuente) coincidía con el nombre que llevaba bordado en el chaqueta del chandal. Pero nada de bordado a mano tipo "babi de preescolar". Bordado industrial con diseñador de fondo: O era la dueña de un gimnasio que llevaba su nombre, o competía como culturista, o ambas cosas. No hablamos de mantas, de limpieza, de Internet, de efectivo o trasferencia. Lo mismo me daba que la casa (bonita, eso sí) estuviera decorada a puñaladas: Mezcla de atrezzo setentero, televisiones culonas, cuadros enormes de veleros sin detalles y lámparas por todos lado. Me la iba a quedar igual y me la quedé. Y aquí escribí esto. Mirando por primera vez la barbería que se ve a través de mi ventana y tras haber tenido mi primera conversación (en el piso) con mi nuevo compañero:

Yo: Hola. Quería presentarme como es debido.
J: Hola hombre. Cómo estás hombre.
Y: Bien. Bueno, regular, lo de buscar piso en dos días, mezclado con el cansancio del viaje… Voy a tomarme con calma el fin de semana.
J: Se te ve un poco gris, sí.
Y: Bueno, en realidad ese es mi color.
J:...
Y:...
J: Bueno hombre. Que ando con prisa. Mañana hablamos.
Y: Nos vemos 

¿Dónde quieres entrar?

Me gustan los portales en general y no cambio mi opinión de que los de Lisboa son los mejores. Pero aquí he encontrado los más cinematográficos. No siempre son bonitos, pero jamás son simplemente portales. Tienen ínfulas. Pretenden ser cartas de presentación de las casas a las que dan entrada, decir algo, cosa que en España es más difícil ver. En las ciudades españolas en las que he vivido un portal intenta parecerse lo más posible a los que le rodean. Y horteradas, como en todo, siempre hay, pero lo normal es que los portales, básicamente, poco importen.

Los de Vancouver a mí me recuerdan a carteles de cine, como si los edificios fueran las películas. Por más que portal y casa (como película y póster) muchas veces se parezcan poco o incluso jueguen descaradamente al engaño. El tipo de letra es primordial al tiempo que tiene que ser coherente con lo demás. Y he de decir que, en ese sentido, el portal tipo "Casablanca" es el que más se ve. Por delante de clásicos del portal vancuverita como el tipo western crepuscular, película victoriana con Emma Thomson o "Regreso al futuro" (muy útil para portales más bien cutres).

Ya enseñé el mío (modesto pero elegante). Dejo por aquí una muestra de algunos más de mi barrio.


Queda para la imaginación lo que deben de ser las juntas de cada comunidad de vecinos decidiendo tal o cual diseño a la canadinese: sin jamás decir nada malo del que no les gusta.

La olla loca

El principal defecto de este lugar es que lo veías antes de pagar. La idea de meterte en agua caliente mientras llueve tras un día de caminatas yo la hubiera comprado a ciegas.
A ciegas, no tras verlo. Y no, no tuvimos valor. Nos dio ansiedad no ver borde sin gente.

Y es que esta piscina, en estas circunstancias, pedía a gritos una huida hacia adelante de los gestores. Eliminar a los que no se movieran, incorporar animales de peluche dentro o contratar a un animador como los de la "olla loca" de las ferias ("los cacharritos" en Andalucía). Uno con acento cerrado que gritara obscenidades a los que entraran o salieran de la piscina. Y de paso dar descanso a la pobre socorrista que tiritaba de frío junto a la sombrilla.

66 bañistas, qué mejor número para hoy.

Concierto claustrofóbico en la casa de muñecas


En algún momento quería poner por aquí las fotos de una casa victoriana (Belén) que hay por mi barrio. Es como una casa de muñecas gigante. Hace de museo y, con frecuencia, de decorado de películas. La visita es guiada y una entusiasta voluntaria nos explicó los pormenores de sus constructores y primeros pobladores. Ese mismo día, vi que organizaban conciertos de jazz dentro. Y hace un rato he estado en uno en su salón. Con otros 25 espectadores y tres músicos.


Si hago la media del concierto y de lo que va a ser el recuerdo, no ha estado mal. Pero aún me duele el coxis, el batería ha quitado un platillo para ventilar al público y cuando el guitarrista (y compositor) ha insinuado un bis, se han escuchado cucharas soperas dando con el fondo del plato en la casa de al lado. Eso me pasa por ir a cosas con contrabajo.

Pero sí hay una cosa tonta que me ha gustado. El guitarrista (y compositor) ha acabado una canción y tras decir que se llamaba Balada se ha puesta a divagar sobre el motivo sin esquivar que la canción (igual que las demás) era una balada. La llamé así, y así se ha quedado. Y mientras cogía de nuevo su guitarra ha dicho, bueno... si a alguien se le ocurre un título mejor... Y un señor en primera fila ha levantado la mano de inmediato. El guitarrista le ha señalado con la barbilla creo que esperando, como yo, una coña. Pero no: Sugeriría Promenade (paseo), ha dicho el hombre. Y a la gente le ha gustado y parece que así se va a llamar en lo sucesivo la canción.


Foto del escenario en el entreacto. Daban te en el comedor.
Pinchando cualquier foto se pueden ver todas en grande.





Hablemos del tiempo

Julio fue el mes más seco de la historia de Vancouver. Y, por una vez, esta marca no se puede superar: No llovió nada. Ni una gota de agua en la ciudad en la que en cuanto te descuidabas (en junio) te decían (ante el chaparrón): Vivimos en un bosque lluvioso, es normal que llueva. Ni una gota en una ciudad llena de tiendas que se llaman rain city. De la que mucha gente me ha contado que de octubre a mayo simplemente está muerta (periodo que un camarero nos definió como ocho meses de miseria).

Pero es una ciudad en la que llueve mucho y todo el mundo, cada lunes, comenta lo bueno que fue el fin de semana. Y yo siento que tengo ganas de que llueva un poco. Por el hoy y el mañana.
Por lo que viene a ser mi presente, porque ya no puedo más de aprovechar los días de sol. Ya no me creo mi personaje. Me apetece disfrutar de una película sin sentirme mal. Trabajar sin ver por la ventana a todo el mundo camino de la playa. Olvidarme de que estoy en un bucle espacio-clima en el que lo que vivo es insólito y he de aprovecharlo. No me lo creo porque en mi caso, hasta el día de hoy, Vancouver es una ciudad soleadísima en la que el cesped ralea y la previsión meteorológica monocorde: Sol.

Luego está que tiene que llover por mi memoria a largo plazo. Dicen que la (tonta) frase la suerte del principiante se oye en cada casino porque los JUGADORES que la repiten lo hacen porque ellos sí tuvieron suerte la primera vez. Que creen que es lo normal cuando sólo lo fue en su caso. Sin caer en que los principiantes sin suerte no andan cerca para desmentir esa teoría.Y ahí están los jugadores, buscando otra jugada como la que les clavó al casino. Con este raro verano me va a pasar lo mismo. Por motivos laborales sólo podía venir estos meses, y ya sabía que serían buenos, pero por más que me esfuerzo no soy capaz de imaginarme esta ciudad en chubasquero. Y me iré y leeré que en Vancouver llueve todos los días, pero ya me ha picado el veneno del ¿y si vuelve a hacer un verano como aquel?
Que veraneo en Asturias y me conozco el percal.

Qué hacer si te encuentras un oso / Que viene el oso

Antes de cada caminata, siempre la misma información:
CUIDADO CON LOS OSOS
Lo mejor que puedes hacer por los osos es exponerte lo menos posible a ellos, dice un cartel.
No te pares cuando veas un oso en medio del camino (...) Pon toda la basura en papeleras a prueba de oso (1).

Al lado, en otro aviso con mejor diseño:
  • Haz ruido. Deja que los osos sepan que estás ahí. Habla, aplaude, canta o grita, en especial cuando la vegetación se cierre en el camino, sea zona de bayas(2) o los días sean ventosos.
  • Busca signos. Huellas, tierra removida o piedras levantadas. Deja la zona si son recientes.
  • Si te encuentras con cualquier animal muerto, deja la zona rápidamente.
  • Lleva spray antiosos y aprende a usarlo.
Y los consejos gotean cartel a cartel, camino a camino. Uno, sobre fondo azul celeste y no en verde, como los demás, va al tomate bajo el epígrafe: Si el oso se aproxima:
  • Trata de aparentar no ser agresivo, habla calmadamente (salvo que parezca que va a atacar, en cuyo caso grítale (3)). 
  • Aléjate despacio de él. Si te sigue párate. 
  • Si aún así se aproxima, usa el spray anti-osos(4).
  • Si aún así el oso hace contacto contigo, 
    • si es un ataque defensivo: Hazte el muerto
    • si el ataque es no defensivo (5) (de depredador) o lo anterior no ha funcionado: Contraataca (6).
Y al lado de muchos de estos carteles, una fotocopia en color que anuncia:
Esta es temporada de bayas, por lo que el riesgo de encontrarse con un oso por algunos de los caminos es muy elevado.

Cuando acabas los paseos sin haber visto un oso, pero habiendo creído oler a zoo en algún momento, habiendo hablado mucho de ello, gritado cuando los caminos se hacían estrechos y lamentado no saber más inglés cuando un crío ha gritado a lo lejos algo que no entendías pero que incluía la palabra "oso", te das cuenta de que lo del oso-que-amenaza simplemente funciona como idea.
La mejor prueba de ello es que no verlos fue un alivio. Pero también una pena.

(Notas al pie, en primer comentario)

Politeland

Mirando cualquier diccionario, Educado se traduce al inglés por polite. En lo que al ingles de aquí se refiere, creo que no hablamos de lo mismo. Ni aún conviniendo que lo que significa ser educado varía de un lugar a otro.


Para mí, ser educado es ser consciente de dónde está el límite de lo que puedes hacer o decir sin ofender a los demás. E intentar no traspasar ese límite.
Para ser polite tienes que reducir ese límite muchísimo. Y no puedes mover una pierna (hacer un chiste o expresar una opinión, a la española) sin salirte de él. Ser polite significa ser extremadamente educado. Y eso implica que tienes que estar todo el día intentando adaptar lo que harías o dirías a ese nuevo límite. Como si ser educado te diera el margen de correr por un pasillo y polite por un ascensor.

Los canadienses han sido educados o se han acostumbrado a ese estrecho límite y, al final, sólo dicen/hacen cosas que, si te conocen poco, muchas veces son inanes. Y con frecuencia aburridas. Conversaciones de ascensor fuera de él. Por el puro hecho de que esas conversaciones están en su zona de confort. En lo que significa para ellos ser polite. Palabras que nunca ofenderán por lo brusco. Si acaso solo a veces (como dijo una amiga de aquí) por lo hipócrita.

Y, me pongo aún más denso, "lo polite" es a lo "Politicamente Correcto" casi lo que lo justo a lo legal. Pausa.
Y por si alguien duda de que este país es Politeland, solo digo una cosa que me ahorra escribir mucho más. Y a vosotros leer. Aquí no se usa la expresión Políticamente Correcto. No. Se usa PC.

Tres casos a pie de campo

1. Todos los miércoles juego al fútbol en uno de los miles de prados públicos llamados parques que pueblan Vancouver. Un par de árboles por esquina, y mucho césped. En esto consisten. El pasado miércoles estábamos jugando cuando llegó un pelotón de chicos con un balón. Un hombre disfrazado de entrenador nos dijo que teníamos que irnos, que había reservado el parque. El que organiza las pachangas (Ravi) le dijo que el parque era público. Que no se podía reservar. El entrenador le dijo solo: sí se puede. Y ya. Metimos un último gol y nos fuimos. Me sentí como cuando de crío los mayores nos quitaban la pista en el parque (o de mayor los pequeños, por otro lado). Yo le pregunté a Ravi por qué no le había pedido el papel de la supuesta reserva. "Eso aquí no se hace", me dijo. Ahora jugamos en otro parque.
Escuela de verano de Hockey para niños (poco que ver con lo demás)

2. Los sábados también juego en otro lado. Somos mil y nos dividimos en grupos en función de las camisetas que hayamos traído (clara u oscura). Pero el color de las camisetas mal valora el talento. Así que lo normal es que uno de los dos equipos sea mejor. El problema es que con frecuencia ocurre que es mucho mejor. Y en este caso el juego aburre a ambos lados. Nunca, NUNCA, se han rehecho los equipos. Por más que unos languidezcan sin tocar bola y los otros se aburran de no tener rival. Yo, yendo una vez con los muy malos, lo intenté. Me sentí gritando: "¡El emperador está desnudo!" en un país sordo: Esta feo insinuar que no todo el mundo juega bien.

3. Los sábados suele jugar con nosotros un enano (1).
El tema es que es difícil comportarse como rival cuando el enano tiene la pelota. El juego ya es blanco de por sí (nada de patadas ni entradas a balones divididos), como para meter la pierna cuando alguien de 1'30 lleva el balón. El problema es que el enano es un chupón increíble que se aprovecha de que nadie intenta pararle para acabar metiendo gol ante la atenta mirada de todos los demás. Los de su equipo y sus rivales. Debería decirle que hiciera el favor de pasar un poco la bola. Pero ya me estoy adaptando y me cuesta (2).


(1): No es acondroplásico porque su enanismo es hipofisario: Es muy bajo pero conserva las proporciones corporales normales.
(2): Eso si, un día me tuve que reír yo solo. El jugaba en mi equipo. E hizo la jugada descrita varias veces para aburrimiento colectivo. Tras meter su segundo gol uno de los del equipo contrario dijo en castellano: "¿Y por qué no dejan al boludo del enanito de portero?"

Secuencias vancuveritas

Ojo que en una sale el conserje del colegio de Harry Potter

19/08/2013. Spanish Banks




17/06/2013. Victoria esquina Napier




La playa del naufragio nudista


Mi playa favorita de Vancouver se llama "Wreck (naufragio)", aunque prefiero la traducción que pongo de título de esta entrada. Me gusta más porque la gente que la puebla es tan heterogénea y va tan irregularmente tapada, que más que una playa nudista parece una playa de náufragos que han perdido las ganas de seguir cualquier moda conocida. Mi escasa experiencia en otras playas nudistas era más en plan desnudo, vestido y topless. Aquí la escala de grises es brutal: Ves a gente completamente vestida, en bañador, en ropa interior, con la parte de arriba y no la de abajo, con sombrero y riñonera, en bolas pero con las perneras del pantalón a los hombros, como los pijos llevaban hace años los jerseys...

Me habían dicho que había mucha pose. Tenían razón, pero es lo que le da chiste. Me hacen mucha gracia todos esos robinsones desinhibidos a su manera y llenos de pensados accesorios que ni se bañan ni le dan a las palas ni juegan un mal mus. De cuando en cuando se levantan y al rato se sientan. Y como la playa está entre árboles y no tiene chiringuito ni socorrista, pues simplemente vegetan al sol. Como si vivieran en una isla desierta y supieran que la playa va a estar ahí siempre.

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Ademas:
  • Pertenece a la Universidad. Por más que muchos de sus habitantes solo tengan, apurando, edad de tuna. Está dentro de su campus. Y aquí hago una pausa para que nos imaginemos Periodismo de la Complutense o Bellas Artes de Cuenca al lado de una playa.
  • No es nudista. No. Palabra fea, corta y cuya interpretación es susceptible de herir sensibilidades. Es una playa de "libertad para vestir como quieras" (traducción libre, de nuevo). Hay que quererlos. (foto 2)
  • Se accede a ella tras 500 escalones. Que son de subida también, claro. (foto 4)
  • Está al lado de una maderera que llena la mitad de la playa (detrás de un espigón, foto 1) de troncos de árboles flotando (foto 3, hecha desde mismo sitio, mirando a la derecha, que la 1).
  • Tiene aseos.

En ausencia de osos

A. Comienzo a asumir que no voy a ver osos. Y comienza a sonarme a chiste colectivo que todo canadiense con quien hablo del tema insista en que se ven por todos lados. Me da la sensación de que en cuanto me doy la vuelta se ríen. La culpa es mía. No es que ellos te hablen de osos, es que yo les pregunto mucho por ellos. Si fueran españoles ya me llamarían "el tonto del oso". No lo son. Pero yo sí. Para ir sembrado el terreno, he dejado caer un par de veces que en España se ven muchos linces.
Así que si conocéis a un canadiense en España, ya vais ensayando la cara de pena cuando os digan que no han visto ninguno.

B. En ausencia de osos, he visto otros animalillos que se ven poco o nada en España.
Dos completamente libres por el monte: ciervos y renos, muy apacibles ellos.
Otros en semilibertad un día que fuimos a Grove Mountain, hecho que merece una breve digresión. Subir esta montaña constituye el momento más absurdo de mi viaje: Consiste en estar 2.9 kilómetros subiendo escalones. Literalmente. Estos superan un desnivel de 850 metros al final de los cuales hay pistas de esquí. Fue absurdo por dos cosas: porque la subida es cerrada y no vi mas que culos que me adelantaban (cuando el sudor lo permitía), y porque cuando llegamos arriba sin un centímetro de camiseta sin sudar, de nuestra boca salió vaho. A los 10 minutos, sin muda ni rebequita, simplemente nos pelábamos de frío y nos volvimos. Eso si, abajo, tras unas rejas cerca de un aparcamiento, había lobos. Una pareja. También muy apacibles.

C. Luego están los animales urbanos. Si en España se ven mil gatos, aquí su equivalente numérico serían las ardillas negras. Y si en mi barrio de Madrid hay pandillas de pavos reales, aquí hay mapaches. Presencié un momentazo en el que una familia de cinco cruzaba un calle ante los "amazing" y "awesome" generalizados de los conductores y peatones. Y luego están las mofetas. Que se ven en las calles de detrás, entre la basura. Son las primeras mofetas que veo en mi vida. La gente sale despavorida cuando las ve, así que imagino que la leyenda de su hedor es cierta. No he estado cerca, así que no lo se. Pero a mi me gusta verlas. Era muy fan de "Pepe L´amour".