De lo que ya no voy a hablar

Paso la fregona.
No he encontrado tiempo o forma de hablar de determinadas cosas y por lo menos las quería mencionar. Para el que venga y retome esto.

Me dejo alguna tontada personal, como hablar de la inquietante tienda que tengo enfrente o del primer y último día que me responsabilicé de hacer el café en el trabajo. A proporciones europeas y consecuente respuesta en cuerpos con baja tolerancia. Supongo que me explico.


Tampoco hablaré ya de otras pequeñas cosas con algún interés que cualquiera percibe paseando por las calles de esta ciudad: los concursos de cosas en medio de la calle, como el de la foto de arriba; el olor que recorre todos los parques y playas; las casas a medio hacer, que por ser enteras de madera parecen muebles gigantes de IKEA; que Vancouver encabece casi todas las encuestas de calidad de vida a nivel mundial (cuando llueve tanto); o de que te inviten a una barbacoa que acaba a las 4 y la gente de gracias por la cena.
U otras no tan pequeñas como el tema de los indígenas, sus demonios, subdivisiones, subvenciones y opiniones.

Ni siquiera de hasta qué punto Rafael Nadal es Dios por estas tierras.

No hay tiempo. Son entradas que ya no existirán. Aunque siempre nos quedarán los comentarios.
Una más y nos vamos.

1 comentario:

  1. Antes de volver a tu Castilla La Nueva querida, he de apuntillar que a este paso, o te das prisa o se te va a quedar en el tintero tu encuentro con el oso, maravilloso McGuffin por otro lado.

    ...¿que no me dará tiempo a tomarme una última cañita?

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