Las tribulaciones de un buscador de piso en idioma ajeno (y lejano),
que habla con acento español y que va a estar alquilando un piso sólo tres
meses las obvio. Unas sesenta llamadas realizadas, dos pisos vistos. Me quedé con el
segundo. Pero el primero merece unas palabras.
Estaba en pleno Downtown-Downtown (centro-centro), en el piso 17 de un
rascacielos con portero de color (negro) y uniforme gris, en cuyo bajo había un
gimnasio. Esperé un rato en el portal a que viniera el que podría haber sido mi casero y
compañero de piso. Nunca en mi vida he visto a tanta gente menos necesitada
de ir a un gimnasio que la que entraba en aquel con la mirada cómplice del
portero.
Llegó mi no compañero-casero. Era un chaval con acné y
tupé que me dijo que era profesor de baile. Yo, a su lado, parecía alto, tupé
incluido. Ofrecía tres habitáculos en lo que en realidad era un apartamento bonito de una sola habitación. El primero de estos espacios,
llamado aquí “den”, era un amplio armario sin nada más que un futón en el
suelo. Huelga decir que sin ventanas. Y allí se cabía tendido sólo en
posición fetal. El segundo que ofrecía, era una terraza acristalada cuyo 90% estaba ocupado por
una cama de 90 cms. Huelga decir que sin armario. Eso sí, francamente luminoso
y hasta con su gracia. Luego me han dicho que a esto le llaman “solarium”. El
tercero, el que el arquitecto debió pensar como la habitación de ese lugar,
mantenía unas proporciones decentes, pero su ventilación natural, la terraza,
se la habían cargado creando el “solarium”. Vamos, que el olor a tienda de
campaña se mascaba por más abiertas que estuvieran todas las ventanas. 600, 725 y 1000
dólares pedían, respectivamente, por estas tres joyas del eufemismo y la
deconstrucción arquitectónica.
Pero lo más inquietante llegó tras una pregunta. Por no irme de allí sin al menos mostrar algo de interés (y no tirar una bomba de humo), pregunté por el baño. Entonces, el bailarín casero-compañero que nunca fue, con cara de "por ser tú voy a sincerarme" me dijo que la casa era para cuatro. Al ver mi cara de ábaco roto, aclaró: hay un cuarto dormitorio con el que se comparte baño. A día de hoy me arrepiento de no haberle preguntado si este otro cuarto lo habían sacado del espacio que ocupaba antes una bañera y, lo más inquietante, cómo se llegaba a él. No paro de imaginarme querer salir de ese cuarto y tener que esperar a que alguien tire de la cadena. Juraría que sigue habiendo habitaciones libres. 1605 Grandville. Y no, no es el de la foto.
Pero lo más inquietante llegó tras una pregunta. Por no irme de allí sin al menos mostrar algo de interés (y no tirar una bomba de humo), pregunté por el baño. Entonces, el bailarín casero-compañero que nunca fue, con cara de "por ser tú voy a sincerarme" me dijo que la casa era para cuatro. Al ver mi cara de ábaco roto, aclaró: hay un cuarto dormitorio con el que se comparte baño. A día de hoy me arrepiento de no haberle preguntado si este otro cuarto lo habían sacado del espacio que ocupaba antes una bañera y, lo más inquietante, cómo se llegaba a él. No paro de imaginarme querer salir de ese cuarto y tener que esperar a que alguien tire de la cadena. Juraría que sigue habiendo habitaciones libres. 1605 Grandville. Y no, no es el de la foto.